PRELIMINAR
a modo preparatorio para el trabajo final sobre "Medios Audiovisuales e Ideología", esta clase está dedicada al escritor Ariel Dorfman, contó de una semblanza sobre su figura y se proyectó el film "La Muerte y la Doncella" película estadounidense de drama-suspenso de 1994 dirigida por Roman Polański y protagonizada por Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson. Está basada en la obra homónima del dramaturgo chileno Ariel Dorfman.
El largo exilio de
Ariel Dorfman: una voz contra el olvido
Una exploración sobre el exilio, el recuerdo, la nostalgia y
la democracia a partir de las palabras y evocaciones del dramaturgo, escritor y
activista Ariel Dorfman. Nacido en Argentina y educado entre Nueva York y
Chile, Dorfman fue asesor cultural del gobierno de Salvador Allende. Cuando
este fue derrocado por el golpe militar del 11 de septiembre, Dorfman estuvo
entre los miembros del círculo íntimo del presidente que sobrevivieron.
Titulo Original: A promise to the dead: the
exile journey of Ariel Dorfman
Dirección: Peter Raymont
País(es): Canadá
Idioma Original: Español / Inglés
Categoría: Documental
Tipo: Color-B/N
Duración: 91 min.
Año de producción: 2007
Productora: White Pine Pictures
Guión: Ariel Dorfman
Producción: Peter Raymont
Fotografía: Mark Ellam
Edición: Michèle Hozer
Música: Mark Korven
Sonido: Ao Loo
Dirección: Peter Raymont
País(es): Canadá
Idioma Original: Español / Inglés
Categoría: Documental
Tipo: Color-B/N
Duración: 91 min.
Año de producción: 2007
Productora: White Pine Pictures
Guión: Ariel Dorfman
Producción: Peter Raymont
Fotografía: Mark Ellam
Edición: Michèle Hozer
Música: Mark Korven
Sonido: Ao Loo
El realizador Peter
Raymont ha enfocado su lente en las más importantes historias de nuestro
tiempo. Por más de 30 años, sus documentales han mostrado el lado oculto del
mundo de los medios, la política y los grandes negocios, al igual que las
luchas por la justicia social y los derechos humanos en todos los rincones del
mundo.
EL LARGO EXILIO DE
ARIEL DORFMAN, UNA BIOGRAFIA CINEMATOGRAFICA
“Mi refugio fue la literatura”, un reportaje de Oscar
Ranzani para el diario Página /12 del 04 de mayo de 2008
En la película del canadiense Peter Raymont, sobre el autor
de La muerte y la doncella, recuerda
su vida después de que Augusto Pinochet lo forzara a emigrar de Chile. “Trata
de mi supervivencia”, anticipa.
El exilio provocó en la vida de Ariel Dorfman una marca
indeleble que también padecieron sus ancestros. El 11 de septiembre de 1973,
con el golpe de Estado y Pinochet en el poder, Dorfman, que había participado
activamente en la gestión de Salvador Allende, salvó su vida prácticamente de
milagro y allí comenzó un largo exilio que incluyó Francia –previa estadía
corta en Argentina–, Holanda y Estados Unidos, país donde decidió vivir
finalmente. Sus reflexiones, impresiones y recuerdos de lo que significó el
exilio (entre otros temas), se testimonian en Rumbo sur, deseando el norte, un
clásico de la literatura mundial.
Precisamente en ese libro está basado El
largo exilio de Ariel Dorfman. Una voz contra el olvido (A promise to dead: the
exile journey of Ariel Dorfman), documental dirigido por el canadiense Peter
Raymont –cuyo guión fue elaborado por el autor de La muerte y la doncella–, que
se exhibirá en el Festival de Derechos Humanos DerHumALC, a realizarse entre el
8 y el 14 de mayo.
“Buena parte del documental trata de mi supervivencia
después del golpe en Chile de 1973 y también de lo que ha sido mi errante vida
bilingüe entre Estados Unidos, Argentina y Chile. Por lo tanto, está inspirado
en ese libro”, afirma Dorfman en diálogo telefónico desde Nueva York con
Página/12. “Peter Raymont leyó el libro (en Estados Unidos y Canadá ha sido un
best seller y se ha vendido muy bien) y fue precisamente ese libro el que lo
convenció de que quería llevar a cabo la realización”, agrega el escritor, que
visitará Argentina para presentar el documental.
El largo exilio de Ariel Dorfman está narrado por el propio
protagonista en primera persona y tiene tres líneas narrativas: el gobierno de
Allende, el golpe y la supervivencia de Dorfman; un viaje a Chile en 2006 en el
que comparte recuerdos con viejos compañeros de lucha y que culmina con la
muerte de Pinochet, y, en tercer punto, su vida atravesada por múltiples
exilios. Dorfman se retrotrae al momento histórico en que el socialismo llegó
al poder por la vía democrática y destaca su identificación con esa causa,
producto de ser un hombre que defendió siempre la paz y cuestionó, en
consecuencia, cualquier tipo de violencia.
También se refiere a la vida familiar marcada por el exilio:
el escritor se detiene en el recuerdo de su abuela, de profesión traductora, que
llegó a ser intérprete de Trotsky. Retomando su participación política en Chile
expone cuáles fueron, según su parecer, los desaciertos del gobierno de Allende
y denuncia las desapariciones de personas durante la dictadura de Pinochet y el
rol de la Iglesia.
– ¿El desafío del documental era que, a partir de su
propia historia, se contara una porción importante de la historia de Chile?
–El desafío es mayor que ése porque mi historia no sólo se
relaciona con Chile sino también con Estados Unidos. Por lo tanto, con la
historia del siglo XX, en gran medida. Cada uno de los exilios míos ha
coincidido con grandes marejadas y cambios en la humanidad de nuestros tiempos.
– ¿Cómo recuerda su primer día de exilio?
–Mi primer día de exilio fue cuando nací: uno sale de un
lugar tibio donde no tiene preocupaciones y entra al mundo donde lo primero que
le hacen es pegarle una cachetada para que llore. En mi libro, yo explico un
poco eso. No recuerdo mis primeros días de exilio porque me fui de Argentina a
los dos años y medio y, si bien tengo recuerdos del país, no los tengo
específicamente de haber salido de allí cuando me fui a Estados Unidos de
chico. Mis padres y mis abuelos habían migrado y hay una larga historia de
muchos destierros y muchas pérdidas anteriores que están en mi sangre.
– ¿Pero cuándo se fue de Chile?
–De Chile me acuerdo muy bien. Tengo un capítulo entero del
libro dedicado a eso. Yo estaba en la embajada argentina, me subieron a un
camión de policía y me llevaron con tres argentinos más. Pasamos por La Moneda
para mirar la destrucción. Les pedí como favor y accedieron sin ningún
problema. Entonces, después llegamos al aeropuerto. Subí al avión y me acuerdo
de lo que significó el momento del despegue cuando las ruedas dejaron el
territorio chileno. Dije: “Aquí me jodí”. Y me jodí más cuando llegué a Buenos
Aires y me metieron preso. No es que me tomaron preso solamente a mí. Como
dicen los norteamericanos: No era nada personal. Llegué y vi a mi familia que
estaba esperándome del otro lado del vidrio en Aeroparque. Yo no venía de
vuelta al país que había dejado, Argentina, sino que venía de vuelta a un país
muy parecido al que había expulsado a mi padre en 1944. Entonces, me di cuenta
de que había que irse luego de ahí. No fue fácil.
–Usted señala que les hizo una promesa a los muertos por
la dictadura chilena de que iba a vivir para contar su historia. ¿Esto lo
sintió como un acto de reparación histórica, como una actitud de la defensa de
la vida sobre la barbarie?
–Podría decirse eso. Yo digo: “Y tiene que haber habido
dentro de mí una promesa”. No digo que en ese momento hice una promesa. Uno va
descubriendo que ésa es la razón de haber sido salvado. Te salvas y no
entiendes por qué. Hay gente tan buena como uno y mejor a la que le fue muy
mal. Hubo amigos que murieron y tenían tantos deseos de vivir como yo y tantos
deseos de amar, escribir y ver crecer a sus hijos que, sin embargo, no
sobrevivieron. Yo sé que esto es algo que toca muy profundamente a los
argentinos también, donde fue tan terrible la represión que sufrieron ustedes.
Entonces, lo que digo es que, de a poquitito, me fui dando cuenta de que si no
era ésa la razón, yo podía inventar una razón por la cual había sobrevivido.
Precisamente como tú acabas de decir: podía reparar el hecho de la barbarie que
le habían provocado a mis amigos y a mi pueblo, haciendo lo más civilizado que
existe que es el acto de escritura, el acto de la memoria.
–¿El exilio resignifica la propia identidad o la
reafirma?
–Hace ambas cosas. Lo que pasa es que la identidad es una
condición dinámica. Hay tendencias anteriores en mi vida que no van a cambiar
ya. Para dar un ejemplo: salir al exilio me significó afirmarme en mis ideas no
violentas pero evidentemente las ideas existían antes. Desde niño lloraba
cuando veía un pajarito muerto y daba vueltas para no matar a las hormigas.
Había algo en mí. Esa actitud se vio reforzada –y diría profundizada– por el
hecho de estar en contacto con tantos movimientos sociales y ONG. En el exilio
he conocido a mucha gente, así que ellos pasaron a formar parte de mi vida.
Pero la identidad de uno es multifacética. El exilio me provocó varias cosas:
lo primero es que me asentó una tristeza muy grande de pérdida.
–¿Cual es la mayor pérdida que provoca el exilio?
–La cotidianidad. Hay que acordarse que, en mi caso, esto se
daba en un ser bilingüe, cosmopolita, que había pasado muchos años afuera y que
había pasado gran parte de su vida tratando de quedarse en un lugar. Por lo
tanto, cuando mis compañeros chilenos recordaban Chile, recordaban el arroz con
leche. Como yo me crié en Estados Unidos, mis canciones de cuna eran
fundamentalmente en inglés. Por lo tanto, yo tengo una ambigüedad muy grande
con respecto al país que he perdido y eso hace un poco más brutal esa pérdida.
Me acuerdo de que en París los argentinos tomaban mate sin parar. Incluso,
tomaban más mate en París que en Buenos Aires. Comíamos más empanadas en
Amsterdam que en Chile, por nostalgia. Pero, por suerte, el exilio fue también
muy enriquecedor: las distancias son muy buenas para la escritura.
–¿La lectura fue una buena compañera durante el exilio?
–La mejor compañera fue mi mujer. Si tuviera que cambiar
todas las bibliotecas del mundo por estar con ella lo haría con toda
tranquilidad. Por suerte, no tengo que hacer esa elección. Las lecturas fueron
muy importantes. Lo que pasa es que durante los primeros años no acumulé libros
porque pensaba que iba a volver de inmediato y tenía todos los libros en Chile.
La lectura fue fundamental porque, en gran medida, cuando uno está exiliado la
literatura y el idioma mismo terminan siendo el refugio donde te encuentras con
alguna seguridad y, además, te comunicas con los otros lectores. Por ejemplo,
yo leo una novela y, aunque físicamente esté en mis manos, es un espacio
intertextual, una comunidad textual que yo vivo ahí. Y eso fue un gran
consuelo, además de ser una gran compañera.
–Usted señala que Allende era como un padre. ¿Cuál fue su
mayor enseñanza?
–La mayor enseñanza de Allende es no dejarse humillar. Era
una persona íntegra. Esa integridad de Allende, esa lealtad con sus propios
principios más allá de la muerte, finalmente creo que es lo más destacado. Eso
va más allá de cualquier proyecto político que haya podido tener y que no se
pudo llevar a cabo. Sigo creyendo mucho en la justicia social y en la igualdad
que él predicaba. Entonces, todo eso es muy especial. A mí me alegra muchísimo
que este film vaya a abrir el homenaje a Salvador Allende.
–Este año se cumplen 35 del golpe de Estado. ¿Qué perdura
de las ideas de Salvador Allende en el Chile actual?
–Está muy vivo.
La Muerte y la Doncella Trailer
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